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La Separación De Aguascalientes. Todo Por Un Beso

En el mural del palacio de gobierno de Zacatecas están plasmados unos labios femeninos de color carmesí que aluden a la leyenda del beso, en cuyo contenido se trata de explicar el hipotético motivo de la separación de Aguascalientes del territorio del estado de Zacatecas. Esos labios también aparecen en el mural de la sede del poder ejecutivo de la capital aguascalentense, al igual que un tiempo estuvieron incluidos (al lado de unas cadenas rotas) en el escudo de armas de la ciudad y del estado de Aguascalientes.

Esta leyenda, a la que se otorgó un crédito importante en décadas pasadas fue escrita por el ingeniero Elías Torres, a principios del siglo XX, con la finalidad de participar en el concurso de los Juegos Florales de Aguascalientes del año 1927. Hace casi un siglo. Sin embargo, para su mala fortuna, el certamen se suspendió y con el ánimo de difundir su trabajo lo publicó en la revista Sucesos, de circulación local. Un título muy apropiado para dar a conocer un supuesto acontecimiento que está relacionado con la emancipación de Aguascalientes. 

Unos años más tarde, en 1935, se publica por segunda ocasión pero ahora en un número especial del Boletín de la Sociedad de Historia, Geografía y Estadística de Aguascalientes. Nos resulta interesante la fecha de esa segunda aparición impresa de la leyenda. Se trata del año de 1935, en el que se cumplía un siglo de aquel “suceso” que tuvo como consecuencia la primera separación del partido de Aguascalientes con lo que se formó un nuevo departamento (el equivalente a un estado de la República Mexicana de la actualidad).

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En esta segunda publicación, el ingeniero Torres le agregó unas notas al texto original mediante las cuales expresaba que el contenido de su trabajo era “de una verdad rigurosa”, a pesar de que el maestro Alejandro Topete del Valle, editor del Boletín y quien además llegó a ser cronista de Aguascalientes, manifestó algunas imprecisiones e inexactitudes históricas del relato. A pesar de ello, el autor defendió el contenido de su texto y aseguraba que estaba sustentado en lo que la propia doña Luisa Fernández Villa de García Rojas, protagonista del acontecimiento, le había confiado bajo secreto de confesión al sacerdote Francisco Tiscareño, quien a su vez se lo transmitió al propio ingeniero Torres, cuando éste apenas era un niño, que a pesar de su escasa edad, ya mostraba cierta afición por los asuntos del pasado histórico.

Cuando el autor publicó su trabajo “histórico”, nadie le dio crédito como tal. Para sus contemporáneos era una leyenda que, como la mayoría de ellas, albergaba una pequeña dosis de realidad histórica y una gran cantidad de elementos surgidos de la imaginación de su autor. Lo cierto es que en 1835, el partido de Aguascalientes se había segregado del estado de Zacatecas y que uno de los personajes principales era el presidente Antonio López de Santa Anna, pero ese argumento de que por un beso se logró la emancipación de Aguascalientes era lo que sus lectores ponían en duda. A pesar de la polémica, no sabemos si voluntaria o involuntariamente el propio maestro Topete del Valle mezcló esa leyenda con la realidad histórica, a tal grado que contribuyó a que se incluyeran en el blasón aguascalentense aquellos labios de mujer que estaban plasmados junto a unas cadenas rotas. Como lo expresara en una ocasión el historiador Jesús Gómez Serrano: “A falta de una Helena raptada, de un Rómulo amamantado por una loba, o por lo menos de un águila parada arriba de un nopal, esta modesta leyenda se ha convertido en la pieza central de la mitología política local”.

 Pero ¿qué es lo que nos cuenta esa famosa leyenda del beso de la autoría del ingeniero Elías Torres? Su contenido nos aproxima a ese aciago momento en el que Antonio López de Santa Anna se trasladó de la capital del país hacia Zacatecas para someter a Francisco García Salinas, quien a la sazón se constituía en  uno los más férreos –o tal vez en el más emblemático– defensor del federalismo mexicano, y quien pugnaba por la soberanía de los estados en franca oposición al poder centralista que ostentaba el régimen del general Santa Anna.

El jefe supremo de la nación llegó el día primero de mayo de 1835, a la ciudad de Aguascalientes, donde encontró a un ayuntamiento y a una élite que desde unas décadas atrás habían ofrecido resistencia a pertenecer en un primer momento, a la intendencia de Zacatecas y después de 1823, al estado de ese mismo nombre. De 1789 a 1835 había prevalecido esa flama separatista de los habitantes de esa región. En virtud de ello, quisieron aprovechar la visita del presidente de la república que venía encabezando una expedición punitiva en contra del estado de Zacatecas y que tenía como propósito “reducir a la obediencia al gobierno zacatecano, que estaba entonces convertido en el último bastión del federalismo y se negaba obstinadamente a disolver su milicia cívica”.

De tal manera que esa inesperada visita de la máxima autoridad del país fue muy bien aprovechada por una distinguida dama que responde al nombre de Luisa Fernández Villa, esposa de don Pedro García Rojas, pariente de uno de los primeros gobernadores del estado de Zacatecas. Esta bella señora fue la encargada de convencer a Santa Anna de quitarle Aguascalientes a Zacatecas, y todo parece indicar que el factor persuasivo fue la belleza y los encantos de la fémina, ante los cuales cayó rendido el presidente, a quien no le interesaron tanto los argumentos de carácter político que la hermosa dama le expuso… y ese mismo año, Zacatecas perdió el territorio del partido de Aguascalientes… y todo, por un beso.

Por: Manuel González Ramírez.

Cronista de la ciudad de Zacatecas.

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