La sombra del semidesierto zacatecano atraviesa la memoria de Alfonso López Monreal. Nacido en el barrio del Indio Triste, el artista y gestor cultural ha recorrido mundo: de París a Barcelona y Dublín, de los talleres del célebre Atelier 17 a los museos de Europa y Estados Unidos, pero hoy sus días transcurren entre las calles empedradas de su ciudad natal. A sus 70 años, el maestro no quiere repetir la historia que todos conocen. Prefiere hablar de cómo el arte puede salvar a Zacatecas de sí misma.
Dentro de su casa-taller hay un espacio conocido como el Siempre Fuimos, escenario de nuestra conversación. No es casual: allí se han celebrado tertulias y proyectos que han atraído a la comunidad artística local e internacional. “La idea es tener un espacio íntimo para dialogar, para fomentar el arte y la plática, que a veces peligra tanto en las nuevas generaciones por el exceso de volumen en los lugares de convivencia”, explica.
Zacatecas y la esencia cultural que despertó una pasión
Al recordar que él mismo conoció el arte a los ocho años, en el desaparecido Instituto Zacatecano de Bellas Artes, rememora cómo esa pasión infantil lo llevó a París a mediados de los 70 y más tarde a Irlanda, donde impartió clases, consolidó su trayectoria y fue electo miembro de Aosdána, la asociación irlandesa que agrupa a los artistas más destacados.
En poco tiempo, lo que empezó en las calles de Zacatecas, se multiplicó en un talento creador que se pudo apreciar en numerosas exposiciones en tres continentes. Con nostalgia evoca la cuna de un artista que se ha desvanecido, habla con dolor y esperanza de su ciudad, que ha vivido ciclos de esplendor y crisis:
“Desde el virreinato, luego durante el siglo XIX con notables bonanzas mineras y ganaderas. Luego llegó el siglo XX, que fue todo lo contrario, con grandes crisis como la Toma de Zacatecas, la Cristiada… Lo bueno es que, de la segunda mitad del siglo XX para acá, hemos empezado a valorar realmente lo que tenemos”.
Ese patrimonio al que se refiere es más que simbólico: el centro histórico fue inscrito como patrimonio mundial por la UNESCO en 1993 y su zona nuclear abarca más de 207 hectáreas. Hoy, sin embargo, el estado ocupa apenas el lugar 22 a nivel nacional en afluencia de museos, con 296,670 visitantes en 36 recintos. “Es increíble que nuestra gente ahorre para ir tres semanas a Europa a ver museos y aquí nunca haya venido a ver los nuestros”, lamenta.
El diagnóstico es duro: “Soy la única persona que vive en esta calle”. Un estudio basado en censos del INEGI le da la razón: la población del núcleo central del Centro Histórico se desplomó de 3,360 personas en 1990 a 1,409 en 2020, una caída del 58%. Mientras tanto, las casas se transforman en bares y alquileres turísticos: el INAH tiene catalogadas 637 viviendas familiares, pero hay más de 510 propiedades en Airbnb.
Las rentas mensuales oscilan entre 15,000 y 35,000 pesos, y una finca histórica puede costar hasta 19 millones de pesos. “Debemos convencernos de cuál es la verdadera vocación del Centro Histórico. Es demostrar orgullo de nuestro legado patrimonial y atraer al turismo que sabe apreciar nuestros valores. Pero primero hay que atraer a nuestra gente al centro, que vuelvan a vivir aquí”, plantea.
Para él, la solución es fomentar una economía cultural que beneficie a los vecinos, no solo a los visitantes. La propuesta del maestro no se queda en la nostalgia. Como gestor cultural ha alojado gratuitamente a artistas de la Bienal FEMSA en su casa, fundó uno de los primeros talleres de grabado del Museo Francisco Goitia y defiende que la cultura es un negocio serio.
No lo dice al azar: de acuerdo con la Gaceta UNAM, en 2022 el sector cultural aportó 2.9% del PIB mexicano, unos 815,902 millones de pesos, generando 1.49 millones de empleos. Mientras tanto, en 2023, la llamada economía naranja, que comprende todo tipo de economía en el sector cultural e industrias creativas, aportó 820,963 millones (2.7% del PIB) y creó 1.44 millones de puestos.
“Te sorprenderías de lo bien que puede vivir un cantero, o alguien que hace una artesanía de calidad. Tiene que ser de calidad, eso es importantísimo. La competencia es durísima”, insiste. Recuerda que Zacatecas es el primer lugar nacional en extracción de oro, plata, plomo y zinc pero esa riqueza rara vez se transforma en joyería local: “Somos primer lugar en extracción de plata y no se refleja en la artesanía”, comparte.
Nuevos artistas, la llave de la reactivación
Monreal ganó su primer concurso de pintura en Fresnillo a los 14 años, y entendió desde muy joven la importancia de la flexibilidad y la disciplina en el mundo del arte y la cultura: “Nadie va tocar la puerta de tu taller y decir ‘te compro todo’. Hay que tener flexibilidad hacia lo que la misma profesión demande y según el lugar en el que viva el artista”.
No obstante, reconoce que los retos actuales son distintos: “Los fenómenos que estamos viviendo ya son otros. Por eso insisto en que debemos buscar la participación de los jóvenes. Una de las mejores formas es entender nuestra identidad: quiénes somos, de dónde venimos, qué nos hace diferentes de los otros”.
Esa conciencia, asegura, es la que permitirá competir en un mundo donde el sector cultural genera más de 1.4 millones de empleos y en el que tres de cada 10 puestos culturales están vinculados a las artesanías. Monreal tiene presente el reto de ser joven y vivir del arte:
“Hay momentos en la vida en los que enfrentas problemas serios, emocionales, económicos… pero se tienen que vivir. Pues gracias a eso soy quien soy”, relata recordando la discriminación que enfrentó en el extranjero y cómo aprendió a estampar grabados para otros artistas con el fin de sobrevivir.
La búsqueda incesante para promover el arte
Esa resiliencia se refleja en su apuesta más reciente: La búsqueda incesante. El libro, T, compila su vida y su obra con textos de Ernesto Lumbreras y de amigos poetas. “Es un libro muy fácil de leer, con muchas imágenes. Me sorprende ver mi vida ahí; lo vamos a presentar en la Mina El Edén el 2 de septiembre”, dice con orgullo.
La elección del lugar no es casual: dos décadas atrás participó en la construcción de la discoteca de la mina, demostrando que su relación con el subsuelo zacatecano es tanto literal como metafórica.
Al despedirse, el maestro rehúye el elogio fácil. Prefiere que la atención se centre en el reto colectivo de rescatar Zacatecas. “Lo más fácil es acusar al gobierno; lo que sí podemos hacer es tener limpia nuestra calle… Ver con autocrítica de qué somos culpables y remediarlo por el bien de nuestros hijos”, concluye.
Su mensaje resume la esencia de su “búsqueda incesante”: un arte que no solo es oficio sino compromiso, una cultura que es al mismo tiempo pasión y empresa. Zacatecas, con su riqueza minera, su patrimonio de 207 hectáreas, sus siete pueblos mágicos y sus museos poco visitados, es el escenario de esa lucha. En medio de ella, López Monreal sigue creyendo que el corazón de su ciudad puede latir con fuerza otra vez.
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